EL PRINCIPIO DEL COMIENZO

Desde que era muy pequeña supe que era muy sensible a todo lo que pasaba a mi alrededor, cualquier cosa me hacia explotar de felicidad o por el contrario llorar desconsoladamente, tanto lo bueno como lo malo me afectaba emocionalmente de una forma que se escapaba de mi control. Nunca supe gestionar mis emociones, ni tampoco porque las sentía con tanta intensidad, pero era algo que me afectaba y que llegaba a incomodarme.
Quizás fruto de esa inocencia de la niñez nunca llegué a plantearme porque me ocurría eso, no fui consciente de que debería aprender a gestionar esas emociones y me resigné a creer que así era yo, que así sentía yo, y que nada podía hacer para cambiarlo, era lo que me había tocado ser.

Una vez pasada la adolescencia, noté que algo en mí estaba cambiando, una sensación de madurez en mis pensamientos, sensación de un despertar, de un soy algo más de lo que los demás pueden ver, de lo que los demás pueden sentir, algo que se escapaba de mi entender.
Aún a día de hoy puedo recordar ese momento con exactitud, un día entre semana, nublado, en el campus de la universidad, rodeada de pinos, sentada en un banco de madera, con apuntes de una carrera que no me entusiasmaba, acompañada de una amiga, y con toda una vida por descubrir.

Desde ese preciso momento siempre supe que algo muy grande crecía en mi interior, que algo bueno estaba esperándome, pero que para ello debería recorrer un largo y pedregoso camino. En ese instante vi las dos caras de una misma moneda, la cara y la cruz, lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, aprendí que en la vida no siempre uno tiene la razón, que no existen las verdades absolutas, que los arcoíris existen por algo, que todos somos diferentes, pero que todos buscamos lo mismo, que buscamos felicidad.
Y en esa búsqueda imparable supe que estaba la clave de todo, que todos actuamos guiados por nuestros sentimientos, y que estos son difíciles de cambiar, que no se dejan aconsejar, que no se dejan pisotear, pero que hay sentir como el otro, que no todos sentimos igual, que tu verdad y la mía pueden ser diferentes, y no por eso tenemos que pelear, se trata de mirarnos por dentro, de intentar no lastimar, se trata de empatizar.
Por que no todos tenemos la misma forma de pensar, no todos sentimos igual, no todos actuamos igual, cada uno tenemos unas circunstancias distintas en la vida, unos obstáculos, es lo que nos ha tocado por azar. Y es por ello que tenemos que pelear, tenemos que luchar, pero no entre nosotros, sino con nosotros mismos, y de esa forma alcanzar nuestra paz.



Un abrazo.

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